Mi primer día como practicante en el MAMBO me perdí. Los nervios me hicieron olvidar de todas las veces que vine al Museo, casi no encuentro esas escaleras que había subido y bajado tantas veces. Acá empezó la experiencia por la que en seis meses aprendería más de historia del arte en Colombia de lo que aprendí en todo el resto de mi carrera.
Hay lugares que guardan miles de relatos e historias, y el archivo fotográfico del Museo de Arte Moderno de Bogotá es, sin duda, uno de ellos. Cuando empecé mi práctica académica, sabía que iba a trabajar con documentos e imágenes antiguas, pero no imaginaba lo profundo del viaje que estaba a punto de emprender.
El proyecto Des-archivando el MAMBO no es solo una iniciativa para catalogar y digitalizar fotografías, es un esfuerzo monumental por darle voz a la historia. Mi rol en este proyecto fue tan variado como emocionante. Desde el primer día, me enfrenté a carpetas llenas de imágenes, números y nombres,¿Qué había ahí? Fragmentos del tiempo: inauguraciones, obras, artistas y momentos que marcaron las décadas del arte moderno en Colombia.
Cada fotografía era una historia esperando ser contada. Mientras revisaba esas imágenes, me preguntaba qué dirían los artistas si vieran sus obras aún siendo testigos del presente. Así surgieron textos como Memoria y arte efímero: la investigación de archivo en el MAMBO, donde intenté plasmar cómo el arte de performance y la memoria pueden dialogar más allá del tiempo.
Pero mi trabajo no se quedó en los papeles. También me puse manos a la obra con la creación de contenido para redes sociales. Desde copys que buscaban atraer nuevas miradas al archivo hasta la traducción de textos que hicieron del proyecto algo global, cada tarea tenía un propósito claro: conectar este valioso material con las audiencias contemporáneas. Y vaya que aprendí. Por ejemplo, redactar para Instagram me obligó a encontrar la mezcla perfecta entre historia, concisión y creatividad, mientras que investigar artistas como Fernando Cepeda me mostró cuánto hay por descubrir incluso en nombres que ya consideramos íconos.
Uno de los momentos más emocionantes fue trabajar con las fotografías enviadas por correo en los años setenta y ochenta. Imaginar a artistas comunicándose a través de cartas y postales, con el correo como puente para compartir ideas y obras, me llevó a reflexionar sobre cuánto han cambiado las formas de conectar en el mundo del arte.
Cada día en este proyecto reafirmó una idea: los archivos no son solo depósitos de papeles viejos, son testigos del tiempo, guardianes de las historias que necesitamos redescubrir. Mi paso por el archivo del MAMBO fue más que una práctica académica; fue un recorrido por la memoria de un museo, de un país y, en cierta forma, también una manera de encontrar mi lugar dentro de ese entramado de historias.
Ahora, mientras escribo esta crónica, pienso que quizás lo más valioso que me llevo de esta experiencia es la certeza de que la memoria, aunque a veces parezca lejana, siempre tiene algo que decir. Solo necesita alguien dispuesto a escucharla, y la persona que tiene toda la pasión que ha hecho posible este proyecto es mi supervisora Susana Vargas, quien hizo que esta experiencia fuera cálida y emocionante en el camino del aprendizaje. Estoy muy agradecida con ella.


